Agrocombustibles: el desastre está servido

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Hoy es el momento de hablar de las centrales de biogás que explotan la biomasa, es decir, los residuos ganaderos, el heno y otros vegetales. Este tipo de instalaciones serían ideales para deshacerse de todo tipo de residuos orgánicos, un problema recurrente para los ganaderos, que además ayudaría a conseguir unos ingresos extras gracias a la producción de energía que puede utilizarse en la misma granja o ser vendida. Pero cuando entran en juego los inversores, a quienes les importa muy poco o nada la agricultura que produce alimentos y que sólo buscan hacer su negocio y marcharse, entonces el biogás puede llegar a ser una maldición. Es esto precisamente lo que está ocurriendo en muchas regiones de la “Llanura Padana”, especialmente donde existen grandes concentraciones de explotaciones de ganadería intensiva. Se está dejando de producir alimentos para producir energía.

¿Qué está ocurriendo? Muchos agricultores, atemorizados por la crisis generalizada del sector, se transforman en productores de energía y abandonan la producción de alimentos. Estos agricultores reconvertidos se contentan con rellenar de maíz cultivado de forma intensiva los digestores del generador de biogás. Los inversores los ayudan y a veces los explotan. Existen granjas ganaderas en las que los agricultores trabajan para quienes han venido de fuera a construir las instalaciones para el cultivo del maíz: han pasado a ser obreros del sector energético, dejaron de ser agricultores.

Todo comenzó en 2008, justo a raíz de que se introdujera el nuevo certificado verde agrícola para la producción de energía eléctrica con instalaciones de producción de biogás a partir de biomasa. Se trataba de pequeñas instalaciones de una potencia eléctrica que no superaba 1MW. Pero un Megavatio es mucho y estos incentivos estimularon el negocio, ya que la tarifa acordada para los productores era de 28 céntimos/kWh, es decir, tres veces el precio que hay que pagar para la misma cantidad de energía proveniente de otras fuentes.

Fue de esta forma, y gracias a un sistema de subvenciones al que se añadieron las de la Comunidad Europea para la producción de maíz, que unas instalaciones bastante costosas (hasta 4 millones de euros) pasaron a ser muy rentables y amortizables en pocos años. Sólo en la región de Cremona (norte de Italia) había en 2007 cinco instalaciones autorizadas; hoy la cifra alcanza las 130. Se estima que el maíz destinado a la producción de biogás ocupa el 25% de las tierras actualmente cultivadas y se prevé que, hasta el año 2013, haya 500 instalaciones en el conjunto de la Lombardía.

El medioambiente y la agricultura están bajo amenaza. Algunas constataciones (y perogrulladas):

– Se deja de producir alimentos para producir energía.

– El monocultivo intensivo del maíz es nocivo para la tierra debido a que requiere enormes cantidades de abonos químicos y consume gran cantidad de agua que se extrae de unas capas freáticas cada vez más empobrecidas y contaminadas.

– Sin rotación de cultivos se pone en peligro la fertilidad de la tierra y se facilita la propagación de parásitos (que se eliminan a base de pesticidas de síntesis).

– Quienes producen la energía cultivando maíz pueden permitirse unos alquileres de las parcelas mucho más elevados: se llegan a pagar hasta 1.500 euros por hectárea, lo que crea una competencia desleal frente a quienes necesitan la tierra para el ganado. Es el mismo fenómeno que ocurrió con los parques fotovoltaicos, es decir, volvemos a repetir el mismo error.

– Las propias instalaciones, las de 1Mw, son estructuras de gran dimensión y ocupan a su vez terreno agrícola.

– Ya se escuchan rumores acerca de la creación de un mercado negro de residuos orgánicos, tal y como existe un mercado de desecho de las carnicerías, vendidos ilegalmente para fabricar biogás. Estos desecho nunca deberían ser utilizados como biomasa, ya que lo que sobra de la “digestión” se expande acto seguido por los campos para fertilizarlos. Este tipo de residuos no sólo puede ser un agente contaminante, sino que también puede ser un vector de enfermedades.

Estamos hablando de un problema de escala. En sí mismo, el biogás procedente de biomasa no debería tener ningún efecto negativo, pero si se produce con fines especulativos y se sobredimensiona; si se intensifica la producción de maíz con el único objetivo de alimentar la instalación; si, además, esto hace que aumente el precio del alquiler de las tierras de cultivo; si agota el agua y contamina la tierra, hay que decir no. Hay que decir no de forma clara y contundente.

Es cierto que los problemas se deben poner sobre la mesa, se deben debatir en las discusiones sobre la nueva política comunitaria (PAC) que comenzaron en Bruselas recientemente. Tarde o temprano acabarán las subvenciones. Las grandes instalaciones de biogás son un remedio inútil para nuestra decadente agricultura y bien podría significar su golpe de gracia. Será muy difícil volver hacia atrás: los terrenos fértiles no se pueden recuperar, las capas freáticas están contaminadas, la salubridad desaparece. Quienes se esfuerzan por practicar una agricultura buena se ven obligados a abandonar frente a una competencia despiadada e insostenible.

Publicado en ladyverd.com

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